Imagino que todos
conocéis “Cometas en el cielo” de Khaled Khosseini. A mí, el formato largometraje
me reveló la triste realidad del deplorable maltrato que recibió la comunidad
Hazara en Afganistán durante el régimen Talibán. Cuenta el dramaturgo que los
niños y niñas Hazara fueron víctimas de terribles vejaciones, siendo obligados
a ejercer de bufones para los malditos barbudos quienes les exigían bailes,
cantos e indignos servicios. Desde aquel entonces, la degradación de los Hazara
quedó grabada en mi mente.
Hazara, etimológicamente significa miles en farsi. La etnia Hazara dícese descender de mil guerreros mongoles que tras la caída del imperio de Gengis Khan, se instalaron en el actual territorio afgano, emparejándose con mujeres euroasiáticas. Así pues, los Hazara siempre fueron considerados de alguna manera ciudadanos de segunda por las tribus Pastunes que pueblan las vastas montanas y estepas afganas y pakistaníes. Tras siglos de marginalización, de injustos impuestos y anulación de derechos de propiedad, los Hazara se rebelaron en varias ocasiones durante el S.XIX, obteniendo de forma discontinua el control de la provincia de Hazarajat. La última de estas rebeliones resultó en una dura derrota, un elevado número de bajas, y la posterior diáspora de esta comunidad hacia los países vecinos; Irán y Pakistan. Mientras la gran mayoría optó por tierras persas, fueron sobretodo familias intelectuales las que se acomodaron en Quetta, la actual capital de Balochistan – provincia más extensa de Pakistán -. Durante la ocupación británica, los Hazara se conformaron con trabajar las tierras de los Pastunes. Mientras que el maltrato continuó en Afganistán, llegando al punto álgido durante el régimen talibán, su integración en la administración - tanto afgana como pakistaní - no llegó hasta pasadas unas décadas. En Pakistán, aunque en contadas ocasiones, alcanzaron altos puestos públicos y militares desde la década de los sesenta. Sin embargo en Afganistán, esta integración en la pirámide de poder no llegaría hasta la derrota parcial del régimen talibán tras el 11-S. Desde el principio de su mandato, el presidente afgano Hamid Karzai, ha tenido siempre a un Hazara en su gabinete. A día de hoy los alrededor de 6 millones de Hazara se distribuyen principalmente en Afganistán (4 millones), en Irán (1 millón), en Pakistán (medio millón) y en Canadá.
En enero, nuestra
llegada a Pakistan quedó marcada por tristes acontecimientos que tuvieron precisamente
como protagonistas a la comunidad Hazara. Qué ingrata sorpresa la mía. Este reencuentro
se debía a la matanza indiscriminada de 92 ciudadanos Hazara residentes en la
ciudad de Quetta, víctimas de una bomba situada a las puertas de su barrio. El gobierno
provincial fue llamado a dimitir por su incapacidad de proveer seguridad a la
perseguida comunidad. No obstante, semanas más tarde, de nuevo una bomba
acababa con la vida de otros 67 ciudadanos Hazara en un accidente similar al anterior.
No sólo el país, sino el mundo entero se solidarizaron con este pueblo manifestándose
centenares de miles de personas en señal de protesta. Ya son un millar de
víctimas en lo que va de siglo. Tanto en esta ocasión, como en otras, pese a
haberse declarado abiertamente responsable de tal barbarie, el grupo extremista
Lashkar e Janghvi – compuesto por Pastunes barbudos perteneciente a Al Qaeda en
sus ratos libres – apenas ha sido castigado con algunos arrestos.
Por un lado, por
increíble que parezca, cuenta la prensa abiertamente que las fuerzas del orden
pakistanís perdonan esto y más a los barbas. Se trata de una estrecha relación
que existe desde hace unas décadas, cuando éstas formaron a los muyahidines
para luchar mano a mano con militares norteamericanos contra el régimen
comunista afgano en el contexto de la guerra fría. Desde entonces, los
talibanes, entremezclados con Al Qaeda y demás grupos y grupúsculos
extremistas, han servido de herramienta de política exterior al establishment
pakistaní. Triste realidad, pero aparentemente cierta.
Por otro lado,
quizás el problema de los Hazara va más allá de las fronteras pakistaníes ya
que algunos politólogos afirman que éstos son y serán víctimas de las guerras
proxy entre suníes y chiitas libradas entre los saudíes y los persas en
territorio pakistaní. Complejo cuanto menos.
Más allá de
quimeras geopolíticas, hoy día 11 de
mayo, se celebran en Pakistán las primeras elecciones legislativas tras un
mandato completo de cinco anos del actual y desastroso Presidente. En la
provincia de Balochistan, una mujer llamada Ruqayya Hashmi, influente
activista, doctora y política, es la cara de la esperanza para los Hazara
residentes en el país, especialmente en Quetta. Valientes, pero asustados día a
día, esperan que Ruqaya gane votos suficientes para representarles en la
asamblea nacional y luchar así por su seguridad primero, y por el fin del histórico
e inhumano acoso.