sábado, 11 de mayo de 2013

Ruqqiya, la 1001 guerrera de Gengis Khan


Imagino que todos conocéis “Cometas en el cielo” de Khaled Khosseini. A mí, el formato largometraje me reveló la triste realidad del deplorable maltrato que recibió la comunidad Hazara en Afganistán durante el régimen Talibán. Cuenta el dramaturgo que los niños y niñas Hazara fueron víctimas de terribles vejaciones, siendo obligados a ejercer de bufones para los malditos barbudos quienes les exigían bailes, cantos e indignos servicios. Desde aquel entonces, la degradación de los Hazara quedó grabada en mi mente.



Hazara, etimológicamente significa miles en farsi. La etnia Hazara dícese descender de mil guerreros mongoles que tras la caída del imperio de Gengis Khan, se instalaron en el actual territorio afgano, emparejándose con mujeres euroasiáticas. Así pues, los Hazara siempre fueron considerados de alguna manera ciudadanos de segunda por las tribus Pastunes que pueblan las vastas montanas y estepas afganas y pakistaníes. Tras siglos de marginalización, de injustos impuestos y anulación de derechos de propiedad, los Hazara se rebelaron en varias ocasiones durante el S.XIX, obteniendo de forma discontinua el control de la provincia de Hazarajat. La última de estas rebeliones resultó en una dura derrota, un elevado número de bajas, y la posterior diáspora de esta comunidad hacia los países vecinos; Irán y Pakistan. Mientras la gran mayoría optó por tierras persas, fueron sobretodo familias intelectuales las que se acomodaron en Quetta, la actual capital de Balochistan – provincia más extensa de Pakistán -. Durante la ocupación británica, los Hazara se conformaron con trabajar las tierras de los Pastunes. Mientras que el maltrato continuó en Afganistán, llegando al punto álgido durante el régimen talibán, su integración en la administración - tanto afgana como pakistaní - no llegó hasta pasadas unas décadas. En Pakistán, aunque en contadas ocasiones, alcanzaron altos puestos públicos y militares desde la década de los sesenta. Sin embargo en Afganistán, esta integración en la pirámide de poder no llegaría hasta la derrota parcial del régimen talibán tras el 11-S. Desde el principio de su mandato, el presidente afgano Hamid Karzai, ha tenido siempre a un Hazara en su gabinete. A día de hoy los alrededor de 6 millones de Hazara se distribuyen principalmente en Afganistán (4 millones), en Irán (1 millón), en Pakistán (medio millón) y en Canadá.

En enero, nuestra llegada a Pakistan quedó marcada por tristes acontecimientos que tuvieron precisamente como protagonistas a la comunidad Hazara. Qué ingrata sorpresa la mía. Este reencuentro se debía a la matanza indiscriminada de 92 ciudadanos Hazara residentes en la ciudad de Quetta, víctimas de una bomba situada a las puertas de su barrio. El gobierno provincial fue llamado a dimitir por su incapacidad de proveer seguridad a la perseguida comunidad. No obstante, semanas más tarde, de nuevo una bomba acababa con la vida de otros 67 ciudadanos Hazara en un accidente similar al anterior. No sólo el país, sino el mundo entero se solidarizaron con este pueblo manifestándose centenares de miles de personas en señal de protesta. Ya son un millar de víctimas en lo que va de siglo. Tanto en esta ocasión, como en otras, pese a haberse declarado abiertamente responsable de tal barbarie, el grupo extremista Lashkar e Janghvi – compuesto por Pastunes barbudos perteneciente a Al Qaeda en sus ratos libres – apenas ha sido castigado con algunos arrestos.

Por un lado, por increíble que parezca, cuenta la prensa abiertamente que las fuerzas del orden pakistanís perdonan esto y más a los barbas. Se trata de una estrecha relación que existe desde hace unas décadas, cuando éstas formaron a los muyahidines para luchar mano a mano con militares norteamericanos contra el régimen comunista afgano en el contexto de la guerra fría. Desde entonces, los talibanes, entremezclados con Al Qaeda y demás grupos y grupúsculos extremistas, han servido de herramienta de política exterior al establishment pakistaní. Triste realidad, pero aparentemente cierta.

Por otro lado, quizás el problema de los Hazara va más allá de las fronteras pakistaníes ya que algunos politólogos afirman que éstos son y serán víctimas de las guerras proxy entre suníes y chiitas libradas entre los saudíes y los persas en territorio pakistaní. Complejo cuanto menos.

Más allá de quimeras geopolíticas, hoy día  11 de mayo, se celebran en Pakistán las primeras elecciones legislativas tras un mandato completo de cinco anos del actual y desastroso Presidente. En la provincia de Balochistan, una mujer llamada Ruqayya Hashmi, influente activista, doctora y política, es la cara de la esperanza para los Hazara residentes en el país, especialmente en Quetta. Valientes, pero asustados día a día, esperan que Ruqaya gane votos suficientes para representarles en la asamblea nacional y luchar así por su seguridad primero, y por el fin del histórico e inhumano acoso.

sábado, 16 de marzo de 2013

Tierra de pureza



“No hay poder en la tierra que pueda deshacer Pakistán”

En 1947, el que fuera el hombre más joven en obtener la carrera de derecho en Londres en el año 1996, Ali Jinnah -  determinado y veterano político -, declaró la creación del Estado de Pakistán; tierra de pureza en Urdu. Con un denominador común; el Islam, Pakistán fue constituido por las regiones del Norte y el Oeste de las Indias Británicas.
Con una extensión de 750.000m² (casi 1,5 veces Espanistán), el 3% del agua del planeta, y el séptimo ejército más poderoso del mismo – con bomba nuclear inclusive -, Pakistán se compone a día de hoy de seis provincias; Punjab, Sindh, Territorios Tribales Administrados Federalmente (no había un nombre más sencillo), KPK (tierra de Pashtun) Kashmir y Balochistan. Hay rumores de que van camino de una séptima, pero todavía por confirmar.

La mayoría de las fruterías que conocemos en nuestros barrios, están regentadas por Punjabis, los mismos que venden birra a un euro en las calles de ocio nocturno. Punjab, - tierra de los cinco ríos - compartida con India, dícese ser el origen de la élite político-militar que controla el país.

Sindh, es la provincia más poblada. Su capital, Karachi, es hogar de 20 millones de pakistaníes y uno de los actuales campos de batalla de la guerra sectaria entre Chiitas y Sunitas. Tanto a nivel político - por la cantidad de votantes que alberga - como a nivel económico, por su acceso al mar y posesión del único puerto potente del país, Karachi tiene un valor crucial en la política nacional, sin olvidar que es el centro financiero del país.

Ambos, los territorios tribales llamados FATA (Federal Administered Tribal Areas), y Khyber Pakhtunkhwa (tierra de Pashtun) son las zonas más bonitas de Pakistán, plagadas de montanas, lagos, bosques y ríos de distintas formas y colores. Estas provincias se denominan la Suiza de Asia Central. Su fauna y flora es bien rica, teniendo cabida hasta para los barbudos más malotes del mundo mundial, que siendo nada tontos, han elegido estas provincias como bastión y base de su guerra contra el mundo moderno encarnado por los Estados Unidos de América y demás aliados. Los amantes de la montana aseguran que es sin duda el lugar más idóneo de la cordillera del Himalaya para hacer senderismo. Desafortunadamente, está ocupado a día de hoy por inquilinos a priori no muy hospitalarios.

Cachemir, es bien conocido por la lana de calidad que proporciona a aquellos que se la pueden permitir. Sumida en un conflicto eterno por su independencia, al mismo tiempo que patio de recreo de los ejércitos indio y pakistaní, es, a juzgar por las wikifotos, una provincia tanto o más bonita que KPK o FATA. A los pies del Himalaya, obtiene del turismo su principal fuente de ingreso, siempre que los enfadados ejércitos se lo permiten.

Por último, Balochistán, es la provincia causante de nuestro viaje al Asia Central y como tal se merece una entrada a parte más adelante. No obstante, adelanto que es la más extensa pero menos poblada del país, y que sufre una marginalización continua por parte del Estado Central pese a tratarse de un país federal. Debido a esta, varios grupos nacionalistas llevan décadas de lucha armada a modo de guerrilla contra las fuerzas de seguridad pakistaníes, que se han saldado con miles de muertos y desaparecidos, in crescendo durante los últimos anos.

Cada una de las seis provincias que forman la República Islámica de Pakistán, no sólo se enfrenta a sus propios conflictos y retos político-económicos, sino también a un periodo de elecciones que debe durar tres meses desde el próximo 16 de marzo. De cómo de tranquilo se desarrolle el período electoral, teniendo en cuenta que se trata de las primeras primerísimas elecciones del país que darán lugar a un Presidente elegido realmente forma democrática, dependerá cuánto tiempo más nos pasaremos trabajando en la distancia desde la cómoda Islamabad y cuánto tiempo cercanos al hospital de Dera Murad Jamali situado en el cinturón verde del este de Balochistán.

Más vale tarde si la dicha es buena. Me acojo a este refrán para justificar los casi dos meses que ha costado actualizar nuestras historias filantrópicas, en caso de que alguien las echara de menos.